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EL MÉDICO ANTE LA REALIDAD DE LA MUERTE.

La tarea esencial del médico y que constituye el núcleo mismo de nuestra vocación es la de aliviar el dolor y evitar la muerte; sin embargo, está claro que ante el dolor la ciencia médica ha avanzado y, aunque no totalmente, pero cada vez se cuenta con más recursos para evitar el dolor; sin embargo la muerte es una realidad inevitable común a todos los seres humanos y ello constituye un fuerte choque a nuestras triunfalistas aspiraciones de tal forma que es natural que surja en nosotros la pregunta obligada ¿Qué sentido tiene luchar por la vida sin vencer la muerte?. Es un cuestionamiento muy fuerte y ante lo cual no hay una respuesta absoluta pero que pone a prueba la sinceridad de nuestra vocación y la fortaleza de nuestro carácter como profesionales al servicio de la vida, pero sobre todo nos conduce hasta lo más profundo de nosotros mismos en donde solo cada quien es capaz de encontrar esa respuesta en la que se encierra todo nuestro sentido de vida.

Estos días en que tradicionalmente celebramos el día de muertos nos enfrentan obligadamente a esa ineludible tensión entre la inevitabilidad de la muerte y nuestra vocación como profesionales en pro de la vida. Son muchas las reflexiones que podríamos hacer al respecto, pero centraré mi reflexión solamente en dos puntos en los que necesariamente tenemos que tener una visión clara como médicos: El tema del más allá, y la prevención de muertes prematuras.

1.- El tema del más allá. - Hay que considerar que, paradójicamente, la muerte es el momento más importante en la vida de una persona. Somos creaturas, y como tal implica que fuimos creados por Dios, y fuimos creados para algo. En la revelación cristiana el elemento central es la redención que Cristo nos ofrece y que con su resurrección vence a la muerte y nos abre un camino a una vida eterna en el cielo como recompensa a una vida orientada a hacer el bien.

A primera vista en una sociedad materialista y egoísta, esto puede parecer una fantasía en la que podemos creer o no creer, pero no por ello deja de ser cierta. Hace algunos años en una conferencia médica en la que se presentaba el caso clínico de un niño accidentado muy grave y que finalmente falleció, al conferencista se le ocurrió decir, metafóricamente, que “…se fue al cielo con su mamá” (que también había muerto en el mismo accidente); un médico que estaba sentado a mi lado y conocido ateo comentó sarcásticamente que “ en realidad no se ha demostrado científicamente que existe el cielo”, y ante lo cual se me ocurrió confrontarlo y señalarle que “tampoco estaba demostrado científicamente que no existe”. Su disgusto fue tremendo e incluso se retiró.

Lo que ocurre después de la muerte es un misterio y no podemos acceder a ello más que por la fe; nuestro papel como médicos nos obliga tener respeto y comprensión ante un paciente que agoniza y facilitar que en sus últimos momentos pueda estar sin dolor, acompañado de su familia, con los auxilios espirituales necesarios , e incluso, si fuera el caso, hasta la facilidad de poder hacer su testamento, en suma una muerte digna, sin prolongar la agonía, ni, bajo una falsa máscara de compasión, acelerar la muerte, lo que ya es caer en el terreno del asesinato por eutanasia con las consecuencias éticas y penales que ello implica.

A nivel personal es bueno tener clara conciencia de que algún día vamos a morir y darnos cuenta que como médicos tenemos la gran fortuna de ejercer una profesión que, aunque muy exigente y de alta responsabilidad, es también una maravillosa oportunidad de ejercerla bien y para hacer el bien, y que, sobre ello, querámoslo o no, Dios nos va a pedir cuentas… el día de nuestra muerte.

2.- La prevención de muertes prematuras.- Ante la pregunta esencial que hemos planteado arriba, las médicas y los médicos debemos también tener claridad ante el hecho, aparentemente pesimista de que todos finalmente vamos a morir, y destacar que sin negar lo anterior, nuestra profesión es maravillosa, y que una de las más grandes satisfacciones que podemos experimentar en nuestra profesión, es la conciencia de que en mayor o menor medida nuestro trabajo implica al final de cuentas en evitar las muertes prematuras; la expresión tradicional es la del paciente agradecido por “haberle salvado la vida”, y es verdad muchas veces cuando se trataba de un caso de gravedad extrema y riesgo inminente, y de esta manera tuvo la oportunidad de vivir más tiempo; ejemplos de ello son pacientes con apendicitis o con cuadros de abdomen agudo que oportunamente diagnosticados e intervenidos quirúrgicamente, recuperan la salud, o pacientes con infartos agudos del miocardio, o en crisis hipertensivas, o neonatos graves adecuadamente reanimados, o politraumatizados atendidos por un equipo multidisciplinario eficiente y capacitado, etc.; sin embargo también en padecimientos crónicos en los que la historia natural de la enfermedad implica una menor esperanza de vida y en los que el médico también puede evitar muertes prematuras, y que si bien, de manera menos espectacular, pero en las que su labor a la larga debe de impactar tanto en la mejora de la calidad de vida como en evitar complicaciones que acorten la vida de su paciente. Ejemplos de lo anterior son la diabetes mellitus, la hipertensión arterial, los problemas de dislipidemia, el tabaquismo, la obesidad misma, por señalar los más relevantes.

Por tanto, hay que vivir nuestra profesión con gran responsabilidad y capacitarnos permanentemente mientras permanezcamos clínicamente activos. Algunos pacientes nos lo agradecerán a veces emocionados, otros ni se enterarán y algunos quizá ni lo valorarán y mucho menos nos lo agradecerán, finalmente lo que realmente importa, está en nuestro interior: En la conciencia profunda y la incomunicable satisfacción de saber que nuestra vida tiene sentido.

Dr. Luis Cárdenas Bravo.

Internista - Infectólogo

Director de la Escuela de Medicina

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